jueves, 8 de octubre de 2015

"NOVIA" de Alejandro Dolina.

Lengua y Literatura  

Profesora Felber, Micaela

En el momento literario, se repartió a los alumnos distintos fragmentos del cuento "NOVIA" de Alejandro Dolina.
Cada grupo tuvo la tarea de agregarle un inicio, un desenlace o un final generando así un nuevo cuento.

Aquí los hermosos resultados:



“Hace mucho tiempo, yo tenía una novia buena y hermosa. Me amaba con una devoción tal, que no pude resistir la tentación de ser malvado. Me solazaba en la traición, en el capricho, en la impuntualidad, en la mentira gratuita.
Ella lloraba en secreto, cuando yo no la veía, pues sabía que su llanto me irritaba. Pero un día, un incidente que ni siquiera recuerdo, me despertó el temor de perderla.
El amor crece con el miedo. Mi conducta cambió. Me fui haciendo bueno. Quise pagar el daño que había hecho y empecé a vivir para ella.
Le hacía el amor en todos los zaguanes, le cantaba valses de Héctor Pedro Blomberg. La llevaba a pasear por los lugares más hermosos del mundo. Le imponía aventuras inesperadas. Me hice sabio y generoso solo para merecer su amor.” (FRAGMENTO I DEL TEXTO ORIGINAL)
Empezamos a unirnos en un laso fuerte  de sentimiento ciego y apasionado. Estaba allí para todo lo que ella necesitase. Pero terminó siendo una relación enfermiza, yo atado y dominado por el miedo dejaba mi vida de lado para entregársela a ella.
Una tarde todo comenzó a retroceder, ella se cansó de ser ese amor, la había ahogado con mis gestos, con mi aprecio.
Es así que decidió decirme lo que pensaba y dejarme con el corazón helado. Me sumergí en un sueño de pesadillas, donde el miedo a perderla se cumplía.
A ella ya no le importaba más nada, todo se había terminado desde aquella charla de gritos y llantos. Este amor lleno de recuerdos, de momentos y de sentimientos había llegado a su fin. No nos vimos más, comenzamos una nueva vida, cada uno por separado sin embargo algo más fuerte nunca nos separó, y eso era el sentimiento: EL AMOR.

AUTORAS:  
Josefina Zalazar
Melina Rosso
Natalia Demasi

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Hola mi nombre es Mayco en unas vacaciones de verano en la ciudad de Santa Rosa conocí al amor de mi vida.
Tenía un aire de intelectual, pacífica y rodeada por un aura de belleza infinita que nunca había visto ni reconocido en este inmenso universo.
Agradecí cuando nuestras bocas se unieron por primera vez, provocando en mí un huracán de sensaciones y mariposas en la panza. Nos pusimos de novios y todos los días nos encontrábamos en la misma plaza llamada “El Rosedal” en donde hacía que cada momento que pasaba con ella flotara entre la gran multitud.
“[…]-Pero un día me dejó.
-No te quiero más- me dijo, y se fue.
Suplique un poco, solo un poco, porque era bueno. Después me puse a esperar la muerte sentado en un umbral.
Al cabo de un tiempo, aparecieron los celos. Pensé que seguramente me había dejado por otro. Decidí averiguarlo.
Indagué a los amigos comunes, pero todos afectaban un aire de trabajosa indiferencia.
Resolví seguirla. Pasaba las noches acechando su puerta. Durante el día, me apostaba en la esquina de su trabajo. El resultado de mis pesquisas fue nulo, Mi novia se desplazaba por circuitos inocentes. Perdí mi empleo, mi salud y hasta mis amistades. Mi vida era una perpetua vigilancia.
Pasaron largos meses sin que nada ocurriera. Hasta que una noche la vi salir de su casa con aire decidido.” (FRAGMENTO II DEL TEXTO ORIGINAL)

AUTORAS:
Catalina Araujo
Mara Coenda
Vera Aramburú 

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“Tuve el presentimiento de que iba a encontrarse con un hombre, tal vez porque estaba demasiado linda.
La seguí entre las sombras y vi que se detenía en la esquina que yo conocía bien. Me escondí en un portal. Ella se detuvo y esperó, esperó mucho.
Cerca de una hora después, apareció un hombre alto, oscuro, soberbio. Algo familiar había en su paso. Ella intentó una caricia, pero él la rechazó.
Inmediatamente comprendí que el hombre se complacía en verla sufrir y amar al mismo tiempo. Se trataba de un sujeto diabólico. Cada tanto, me llegaban ráfagas de una risa vulgar. No podía concebirse un individuo más vil y detestable.
Caminaron. Tomaron un rumbo que no me sorprendió.” (FRAGMENTO IV DEL TEXTO ORIGINAL)
Ya que era uno de los caminos que tomábamos cuando nos conocimos. Decidí poner manos a la obra y la seguí unas cuadras más. Cuando se detuvieron agarré al individuo que la acompañaba por la espalda, pero al darse vuelta vi que era uno de mis mejores amigos. Igualmente eso no fue un impedimento para que le diera un puñete en el ojo. Lo dejé en el suelo y rompí con ella yéndome lo más antes posible.
CONTINUARÁ…

AUTORES:
Francisco Cismondi Bertoglio
Tomás Taravella

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Desde chiquito tuve este don, pero nunca supe cómo utilizarlo y sucedía de repente. La primera vez que esto me ocurrió fue al enterarme de que mi madre había muerto en un trágico accidente causado por unos jóvenes que aparentemente no estaban en su sano juicio.
El primer pensamiento que se me cruzó por la cabeza fue que me hubiera gustado presenciar ese momento para advertirle a mi madre y que jamás muriera. Comencé a agarrarme la cabeza y a levantar la mirada, de repente estaba allí… en los minutos anteriores al accidente y pude salvarla.
Esto me ocurría sólo en momentos de apuros.
Al cumplir 21 años conocí a Alai y desde ese día no podíamos separarnos, teníamos un futuro planeado y todo parecía ir bien hasta que entendí que lo mejor para ella era no haberme conocido. Le pedí que nos encontráramos en la avenida en donde nos conocimos, y cuando llegué estaba ella tan radiante y hermosa como siempre. Con todo el dolor en mi corazón me despedí. Alai no comprendía porqué de repente no quería estar con ella y acabar lo que habíamos empezado. Tampoco sabía que era yo quien tenía una enfermedad terminal y que prefería que me recordara bien y tal como había sido siempre antes de que me encontrase destruido y a punto de morir.
El tiempo corrió y aquí estoy, postrado en una camilla, los médicos me había diagnosticado sólo dos días de vida. En lo único que pensaba era en ella, y volvió a suceder. Aparecí allí en el momento justo en que la había visto por primera vez.
“Al llegar a la luz de la avenida, pude ver que aquel hombre era yo. Yo mismo, pero antes.
Con el desdén cósmico que tanto me había costado borrar del alma, con la maldad de mis peores épocas. Con la impunidad de los necios.
No pude soportarlo, pensé en cruzar la calle y pegarme una trompada, pero me tuve miedo. Quise gritar, ordenarme a mí mismo dejar tranquilo a aquella muchacha. Pero el imperativo no tiene primera persona y no supe que decirme.
Se detuvieron un instante y pasé delante de ello. Ella no me vio. Yo sí me vi. Me miré con un gesto de advertencia.
Después los perdí de vista y me quedé llorando.” (FRAGMENTO IV DEL TEXTO ORIGINAL)

AUTORAS:
Julieta Bono
Lourdes Lorenzatti
Lucía Monti