martes, 27 de octubre de 2015

EL RINCONCITO DE LA REFLEXIÓN: RELATOS CORTOS



Estos relatos nos invitan, con simpleza, a despertar la
riqueza interior de cada uno y nos ayudan

a reflexionar.
Esperamos que les gusten tanto como a nosotros.
Este es un pequeño regalito que les dejamos en nuestro blog 
para fortalecer el alma y el espíritu...


Morir en la pavada, un cuento del Padre Mamerto Menapace



Una vez un riojano encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Además hubiera sido difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz.

No sabiendo lo que era decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona que justamente tenía una pava empollando. Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a este debajo de la pava clueca.

Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba del resto de la nidada. y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Sí Señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente. El bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios. Vivía en el gallinero. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que hacían los otros pavos.

A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar y respondiendo ante quien los impresiona, con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser muy grandes, no vuelan.


Un mediodía de cielo claro y nubes blancas, nuestro animalito, quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre el suelo en busca de comida, no lograba distinguir lo que sucedía en las alturas. En su corazón se despertó una nostalgia poderosa.

Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando escuchó su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías, porque se hacía tarde y debían buscar frutita madura y gusanos para el almuerzo.

Desorientado el pobre animalito siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retornó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.

Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, murió en la pavada, como había vivido.

¡ y pensar que había nacido para las altas cumbres!



Para reflexionar…

¿Qué sueño estoy postergando?

¿Qué cosas me están atando a una vida “sin vuelo”?

¿Qué cosas hago sólo para complacer al otro?

¿Por qué es difícil dejar de vivir en la pavada?



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