Educar la libertad en momentos de crisis
El mes pasado compartía con
ustedes esta reflexión a cerca de una ética mínima para poder convivir como
sociedad. Y decía que debíamos empezar por cuestiones simples, podríamos decir,
básicas de las relaciones humanas. Elevar el nivel ético de una sociedad es
tarea muy difícil, ya que en las
decisiones éticas está en juego nuestra más noble facultad: la libertad. La
libertad es la capacidad que tenemos todos los seres humanos para decidir que
hacemos en cada segundo de nuestra vida. Podemos decir que es aquello que nos
hace, nos define como seres humanos. Es decir: porque podemos conocer distintos
modos de hacer una cosa, podemos decidir cuál de ellos empleamos para realizar
nuestras metas. Siempre las decisiones que tomamos están guiadas por esta
facultad de conocer. Muchas veces el conocimiento se siente obnubilado por
algunas cuestiones: emociones, sentimientos fuertes, pulsiones, etc. pero
cuando hablamos de una acto humano siempre estamos hablando de una acto
deliberado que tiene objetivos. Una persona encerrada en cuatro paredes, podemos decir que es libre y puede decidir la forma en que decide vivir
ese encierro. Evidentemente que las condiciones externas, sociales, económicas,
educacionales, etc., van a influir en el modo en que tomamos decisiones. Por
eso decimos que la educación es fundamental a la hora de la construcción de una
sociedad. La educación es el sistema que hemos inventado los hombres para
ampliar nuestro conocimiento sobre la realidad. Una persona, mientras más conozca,
mientras más posibilidades tenga para elegir, es más libre y por lo tanto las
decisiones que toma están más “cargadas” de responsabilidad ética. Por eso el
desafío enorme que pesa sobre los educadores. Estamos “manipulando” en las
aulas el futuro de muchas personas. Estamos formando en la toma de decisiones a
una sociedad. Cuando abrimos el mundo a los niños y adolescentes estamos
mostrando formas concretas de relacionarnos con los valores, con lo que creemos
que es importante y lo que creemos que no lo es. En la era de la globalización, de las redes
sociales, de la sociedad de la comunicación, de la aldea global; nuestra
tarea es compartida con muchos otros productores de sentidos: Los medios
de comunicación, las grandes empresas multinacionales que manipulan conciencias
y hasta estados; pero tengo la certeza que todavía, a pesar de toda esta
maquinaria puesta al servicio de intereses mezquinos, es posible en el diálogo
personal, en el cara a acara, en cada una de nuestras aulas, con la herramienta
más importante que tenemos los seres
humanos: la palabra, construir en el dia-logos, es decir la palabra
dicha de a dos, construir conocimiento, abrir horizontes y seguir despertando
en los corazones de los jóvenes esa búsqueda interior del bien, de la verdad,
de la justicia, la igualdad, la fraternidad, el amor…esos valores que están en lo más profundo de la naturaleza
humana y que nos permiten soñar con un mundo mejor.
Educar la libertad tiene que ver
con un desafío que es realmente inquietante, que no depende de nosotros sino de
la respuesta libre que debe dar el otro. Animarse a sembrar y dejar que cada
uno proyecte según su entorno, sus posibilidades, sus capacidades, etc. su
propia vida. Educar es en este sentido arriesgar, dejar ir, con la
incertidumbre propia de nuestra precariedad existencial, de nuestros límites.
Toda decisión tiene esta carga de riesgo, de situación extrema, de
incertidumbre pero que vale la pena
afrontar.
En estas horas críticas del
mundo, de nuestra Patria, los educadores, tenemos que animarnos a repotenciar
nuestro compromiso con la palabra, con la educación porque es el único camino
para cambiar el mundo.
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