LOS
QUE SEÑALAN CON EL DEDO
Las noticias día a día nos reflejan
un gran recorte de la realidad, que algunos consideran meramente trágica
teniendo en cuenta los números de muertes tras una violencia que parece no dar
lugar a excepciones.
Sin embargo, en lo cotidiano
encontramos, con frecuencia y quizás ya de una manera más explícita, a unas de
las peores bofetadas que si bien no marcan, dejan huellas: los estigmas y los
prejuicios sociales.
A lo largo de la historia han
existido diversas formas de expresar una estigmatización, a partir de una
evolución o involución de un ser humano más consciente de los derechos humanos.
Aunque es una cuestión que parece ser propia de una sociedad contemporánea, no
es ajena en el tiempo. Ya en el mundo griego se hablaba de estigma como signos
corporales que exhibían algo moralmente malo (cicatrices, heridas) y cuyo
portador era esclavo o delincuente.
Pese a las variaciones,
la denominación actual de estigma se asemeja un poco a esta definición griega, aunque
ya no aludiendo a los signos corporales sino más bien al mal en sí mismo.
Desde las psicología social se ha
establecido una clara diferencia entre Prejuicio y Estigma, aunque cierto es,
que uno de los conceptos da lugar al otro. Es relevante tener en cuenta que
hablamos de prejuicio cuando se menciona una opinión, generalmente negativa, ante
una persona o cierto grupo social sin un previo conocimiento del mismo. Y por
otro lado, mencionamos un estigma cuando una persona tiene cualidades o
condiciones para incluirse dentro de cierta categoría social.
Cada individuo es un portador neto de
esos prejuicios y estigmas que se han establecido desde el entorno del grupo
primario como así también desde los medios masivos de comunicación que hacen
aún más efusiva a la discriminación social.
Si bien no se es consciente de las pautas que se establecen para
determinar que una persona sea considerada como “normal”, los adolescentes más
propensos a las estigmatizaciones se sienten más solos y excluidos de los
grandes grupos que los marginan.
Todo esto nos lleva a concretar que
la teoría del estigma surge para señalar con un dedo al inferior, en un mundo
donde la competencia es cada vez más mayor.
Uno de los portadores que se
comportan como estigmatizadores son los medios de comunicación, por ejemplo, al
momento de elaborar las agendas temáticas. Es así como sucede cuando un caso de
muerte de una persona de clase alta abarca más tiempos en la televisión que el
asesinato de una persona de clase media-baja.
La ropa, los accesorios, y el
contenido general que los MMC divulgan, son también elementos que determinan
cierto prototipo de individuo. Persona que por lo que puede acceder se va a
diferenciar y a la vez excluir del resto que no puede hacerlo del mismo modo.
Las publicidades que definen las
tareas femeninas, la visión del hombre como un ser fuerte, las familias que
tienen televisores y celulares de alta gama, los inmigrantes ilegales, los
negros que roban, son algunos casos de hábiles estigmatizaciones que se
plantean y se tornan cada vez más naturales en la sociedad por una convención
impartida desde los medios. Actuando como un reforzador de opiniones ya
establecidas entre los grupos sociales.
El problema es aún más grave cuando
se enfrentan el estigmatizado y el estigmatizador, ya que el más débil no sabe
bajo qué categorías será analizado y clasificado. O más bien, siendo el
estigmatizado consciente de las cualidades que lo caracterizan, tenderá a
encerrarse y a excluirse dentro de su grupo de pares.
Prejuicios y estigmas una vez más van
de la mano, funcionando como dos elementos causantes de una violencia simbólica
que favorece siempre al más fuerte, al dominante, al poderoso que ha instaurado
esta forma implícita de oprimir.
FELBER, Micaela
36.187.412
Muchas veces estigmatizamos en forma "natural" a los demás...cuando escuchamos algunas voces silenciosas y silenciadas nos damos cuenta de la estigmatización cotidiana, casi sin darnos cuenta que hacemos de los demás...Gracias Mica por hacernos pensar sobre esto...
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